Historia de un Presidente
Luis Puig abandonó su plaza de profesor en la Universidad de Valencia, delegó en personas de confianza sus funciones en otras federaciones valencianas y se entregó por completo al deporte del pedal. Su maestro en la Academia de Gimnasia de Toledo, el comandante Joaquín Águila, no entendía su entusiasmo por “eso del ciclismo”, considerada entonces una disciplina impropia de las élites deportivas. “Ya sé que es un deporte de alpargata pero yo lo elevaré y lo dignificaré”.
Compaginó su labor federativa con su estreno como técnico, dirigiendo al equipo valenciano que participaba en la Vuelta a España. La experiencia resultó y en 1955, la Federación Española le nombró director técnico del combinado nacional en una época en que las tres grandes vueltas –Tour, Giro y Vuelta– se disputaban entre selecciones nacionales.
Pronto percibió que la Federación y el seleccionador disfrutaban de escasa influencia sobre sus corredores. Hasta ese momento, el ciclismo en España había sido un deporte individual que carecía de estrategias de equipo. Además, las rivalidades personales eran evidentes, cada ciclista hacía la guerra por su cuenta y buscaba su gloria personal, la escapada épica con la que vibraban los aficionados.
Puig emprendió la modernización del ciclismo español. En Europa, especialmente en Italia y Francia, ya hacía algunos años que se trabajaba bajo la disciplina férrea de los equipos. En sus salidas al extranjero, intercambiaba impresiones con sus homólogos francés e italiano, Marcel Bidot y Learco Guerra, y se decidió a aplicar sus métodos en España, aunque ello supusiera enfrentamientos polémicos con los ciclistas y sus padrinos que pudieran costarle el cargo.
En su primer Tour de Francia, el nuevo seleccionador comprobó desalentado que había muchos otros aspectos a mejorar. La España ciclista de la época era precaria. Los corredores competían con sus propias bicicletas, ruedas y tubulares, cargaban con maletas de material usado para revender e incluso se paraban a recoger los bidones lanzados desde el pelotón. La desorganización federativa era también evidente, sin distribución de premios para los ciclistas ni convenios con masajistas y mecánicos.
En la siguiente edición de la ronda francesa, Puig realizó lo que después consideró su “entrada triunfal en el Tour”. Se fue a Milán con su colega italiano, el seleccionador Guerra, y financió la compra de catorce bicicletas, cien tubulares y una caja de piñones para el combinado español. “Nada de maletas, nada de bidones, nada de vender guantes. Había cambiado el ciclismo”.
Pese a las dificultades, las nuevas directrices del seleccionador Puig empezaron a obtener resultados. En 1955, Miquel Poblet ganó la etapa prólogo del Tour y se convirtió en el primer español en vestir de amarillo en la ronda gala. Un año después, Miquel Bover fue igualmente el primer español que ganó una contrarreloj en el Tour y meritorias son también la cuarta y quinta plaza de los dos gallos del pelotón español, Federico Martín Bahamontes y Jesús Loroño, en las ediciones de 1956 y 1957.