Historia de un Presidente
La experiencia internacional como seleccionador acabó de perfilar la revolución que Luis Puig pensaba emprender en el ciclismo español. En su primera participación en el Giro de Italia quedó fascinado: “Ritmo, velocidad, posición en el pelotón, abanicos como flechas y un funcionamiento de equipos. Equipos, con un sprinter, dos escaladores y un campeón, un auténtico jefe de filas y los demás domésticos, a trabajar. Era lo que yo quería imponer”.
La supeditación del trabajo de los ciclistas a las órdenes de equipo se convirtió en una obsesión para el seleccionador. Sus planes, sin embargo, chocaban con la fuerte rivalidad existente entre los dos mejores corredores españoles de la época, Federico Martín Bahamontes y Jesús Loroño, alimentada por presiones partidistas de sus padrinos y de la prensa, que impedían establecer una táctica común en beneficio del grupo. El conflicto estalló en la Vuelta a España de 1957.
Empezaba a gestarse la época de oro del ciclismo español. El Correo Español-El Pueblo Vasco había asumido la organización de la Vuelta en 1955, tras cinco años sin celebrarse. En 1957, Bahamontes y Loroño encabezaban al equipo español dirigido por Puig, convencido de que el desarrollo de la competición designaría al definitivo jefe de filas: “En este dúo de monstruos del ciclismo me toca a mí coordinar lo que no se puede coordinar”.
La Vuelta llegó a Valencia con Bahamontes de líder. Bernardo Ruiz, conocedor de la tramontana del Perelló, lanzó un ataque al que respondió Loroño, disconforme con el liderato del Águila de Toledo. Pese a que Puig había ordenado inicialmente al ciclista vasco no colaborar con la escapada, cuando la ventaja rondaba el cuarto de hora, le exigió que echara el resto. El equipo francés confiaba que Bahamontes saltaría a por su máximo rival y le haría el trabajo a su jefe de filas, Raphael Géminiani, pero Ruiz y Loroño llegaron a la meta de Tortosa con 21 minutos de ventaja.
Loroño arrebató el maillot de líder a Bahamontes y el francés Géminiani quedó descartado para luchar por la victoria final. “La selección española había conseguido el primer y segundo puesto de la general. Había sido una jugada perfecta para mí, no importaba el nombre”. El revuelo despertó las presiones de los padrinos de las dos figuras del pelotón: Francisco Ubieta, de Loroño, y Manuel Serdán, de Bahamontes. Puig reunió al equipo en su hotel y cortó toda comunicación exterior con los corredores. “Es un éxito y somos un equipo”.
De esa reunión surgió el llamado Pacto de Huesca. La estrategia preveía que Bahamontes atacara en el último puerto para sentenciar el liderato de la montaña y el segundo puesto en la general. Después se reintegraría en el pelotón. Llegado el momento, atacó el toledano pero Loroño, desconfiado, saltó a por él. Puig se acercó con el coche: “¡Jesús atrás!”. “No, no me fío que pare”, le contestó el vizcaíno. Después avanzó hasta la cabeza de carrera para pedir calma a Federico, que había enfurecido: “Viene a por mí, me está atacando. Ya no hay pacto, yo no paro arriba”.
Tras coronar el puerto, Bahamontes inició un descenso vertiginoso con el liderato de Loroño en el punto de mira. Sin embargo, Luis Puig no dudó en utilizar cualquier método a su alcance para que sus corredores acataran las órdenes de equipo. Ordenó al conductor del Land Rover de la organización desde el que seguía las etapas que obstaculizara a Bahamontes en la bajada, de lado a lado de la carretera, hasta que consiguió reintegrarlo en el pelotón.
El triunfo de Loroño en la meta final de Bilbao, acompañado en el podio por Bahamontes y Bernardo Ruiz, supuso, en palabras de Luis Puig, un punto de inflexión histórico para el ciclismo español: “Primera lección de trabajo y supeditación de equipo. Ahora todos lo entienden, pero entonces significó una revolución”.